Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo lo he visto pasear su hambre por las calles del pueblo (...), los he visto contemplando en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con las de las bestias; los he visto dormir hacinados en sus sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos (...), trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula; y he sentido indignación al ver que sus mujeres se deforman consumidas por las miserias de las ruedas de la faenas del campo; al contemplar cómo sus hijos perecen faltos de higiene y de pan (...).
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